¿Qué es el robo de un banco con un pasamontañas comparado con la creación de un banco a cara descubierta? o lo que tienen en común las Pussy Riot, Anonymous, Carlo Giuliani y el Subcomandante Marcos.
Decía Nietzsche que todo lo que es profundo ama la máscara y su ausencia, para Sartre, es la contingencia, el absurdo, la sinrazón de las cosas, la náusea.
La máscara, con toda su carga simbólica, no se contradice con la identidad, sino que forma parte de ella. Detrás de la máscara puede ser que no haya nada, o tal vez el subconsciente, o la esencia misma de la igualdad y la justicia.
La máscara como elemento que físicamente oculta el rostro es castigo: el hombre de la máscara de hierro; es pudor: el burka, el chador o la nikab en las culturas musulmanas, o el velo en las cristianas; es vergüenza: la “schandenmaske” alemana; es entretenimiento y expresión artística: las máscaras teatrales; es liberación: las máscaras de carnaval; es miedo o protección: los pasamontañas de atracadores, guerrilleros o policías; es provocación: las máscaras de los Kiss; es rito: en las culturas precolombinas o africanas; es símbolo: en los bloques negros de las manifestaciones políticas o reivindicativas…
En el punto crítico en el que se encuentra la Historia, la máscara adquiere un nuevo significado simbólico: el final del espejismo de libertad que eclosionó en las calles de París y Ciudad de México en 1968, en Woodstock en 1969, en la Universidad de Kent en 1970 o en la redacción del Washington Post en 1972.
Toda esa lucha a cara descubierta contra las injusticias que emanan del poder se simbolizó en un rostro: el de Che Guevara, convertido en marca, y en la creencia equivocada de que los medios de comunicación de masas abrían el camino de la verdad, de la posibilidad de que periodistas como Bernstein y Woordward forzaran las veces que hiciera falta (a firma descubierta) la dimisión de todos los Richard Nixon que fueran surgiendo.
Las ideas de libertad y democracia como fórmula de control público del poder eran la descripción de los sistemas políticos de occidente, del primer mundo, donde, con la asunción de esta falacia olvidamos que el rostro del Che que llevábamos en nuestras camisetas era el rostro de un cadáver; donde volvíamos la cabeza hacia otro lado mientras el poder excavaba una oscura trama de cloacas: golpes de estado en el mundo más alejado (al que llamábamos tercer mundo); cohabitación con los grupos de presión que financian a los partidos políticos; corrupción y un estado de excepción permanente que, con el pretexto de la defensa del status quo del primer mundo, limita los derechos fundamentales conquistados: a un juicio justo, a no ser torturados, a la autodeterminación o al desarrollo de los pueblos, a la libertad de información… Y con ese pretexto se arrasan estados (como Irak), se mata a personas (asesinatos selectivos y escuadrones de la muerte de la OTAN), se crean territorios sin ley (como Guantánamo) y se persigue a medios o modelos de información (como Wikileaks). Todo vale si alguien desde el poder dice que está en riesgo “la seguridad nacional”. Y, ahora también, todo vale si alguien desde el poder dice que está en riesgo “el modelo económico”: reforma laboral, desmantelamiento de servicios públicos elementales, bajada de salarios…
Hace unos días, el filósofo esloveno Slavoj Žižek recordaba una frase genial de Bertold Brecht en la Ópera de los Tres Peniques: “¿qué es el robo de un banco en comparación con la creación de un banco?”. Y, efectivamente, el resultado de la evolución de las sociedades occidentales ha sido absolutamente asimétrico. El poder económico (y, por sumisión, también el político) ha diseñado para sí mismo unas herramientas de supervivencia que dejan a las personas indefensas. El individuo no es más que una cucaracha bajo las botas del poder que puede ser aplastada en cualquier momento como en una delirante metáfora kafkiana. Y reflexionaba Žižek: ¿qué es la modesta obscenidad de las Pussy Riot en comparación con la acusación contra las Pussy Riot?
Los acontecimientos contra-culturales que describen el final de ese espejismo de libertad reflejan una coherencia, un desarrollo lineal, que merecen la pena ser tenidos en cuenta:
La periodista y activista canadiense Naomi Klein defiende que el movimiento que conocemos como anti-globalización nació el uno de enero de 1994 con la primera aparición pública del subcomandante Marcos.
En un bello comunicado del 28 de mayo de 1994 que comienza “Nosotros bien… cercados”, Marcos decía en una postdata:
“A todo esto de que si Marcos es homosexual: Marcos es gay en San Francisco, negro en Sudáfrica, asiático en Europa, chicano en San Isidro, anarquista en España, palestino en Israel, indígena en las calles de San Cristóbal, chavo banda en Neza, rockero en CU, judío en Alemania, ombudsman en la Sedena, feminista en los partidos políticos, comunista en la post guerra fría, preso en Cintalapa, pacifista en Bosnia, mapuche en los Andes, maestro en la CNTE, artista sin galería ni portafolios, ama de casa un sábado por la noche en cualquier colonia de cualquier ciudad de cualquier México, guerrillero en el México de fin del siglo XX, huelguista en la CTM, reportero de nota de relleno en interiores, machista en el movimiento feminista, mujer sola en el metro a las 10 P.M., jubilado en el plantón en el Zócalo, campesino sin tierra, editor marginal, obrero desempleado, médico sin plaza, estudiante inconforme, disidente en el neoliberalismo, escritor sin libros ni lectores, y, es seguro, zapatista en el sureste mexicano.
En fin, Marcos es un ser humano, cualquiera, en este mundo. Marcos es todas las minorías intoleradas, oprimidas, resistiendo, explotando, diciendo «¡Ya basta!». Todas las minorías a la hora de hablar y mayorías a la hora de callar y aguantar. Todos los intolerados buscando una palabra, su palabra, lo que devuelva la mayoría a los eternos fragmentados, nosotros. Todo lo que incomoda al poder y a las buenas conciencias, eso es Marcos.
De nada señores de la PGR, estoy para servirles… con plomo.”
Un ser humano cualquiera o todos los seres humanos con un mismo afán. Eso era lo que Marcos quería simbolizar. Una cabeza sin rostro, un pasamontañas. Símbolo, pero también protección ante las herramientas del poder. Con la lección aprendida del cuerpo sin vida de Ché Guevara en la Escuela de las Higueras. O del ecce homo de los cristianos. ¿Qué es la guerrilla zapatista en comparación con la opresión secular de los indígenas, con la pobreza de los campesinos?
En el texto de Žižek que antes citaba se habla de “anonimato liberador” para describir el atuendo de las Pussy Riot en su actuación en la catedral de Cristo Salvador en Moscú. Se puede encarcelar a una persona, pero no se puede encarcelar a una idea. Ese es el nuevo poder transformador de la máscara: convertir a los individuos en ideas colectivas.
El 20 de julio de 2001, la muerte de un joven con pasamontañas resonó con fuerza en la opinión pública internacional. Carlo Giuliani recibió el disparo de un carabinero y a continuación fue atropellado. A partir de ese momento, el mundo conoció mucho mejor al movimiento que unía las reclamaciones de las minorías “intoleradas, oprimidas, resisistiendo, explotando y diciendo ya basta”. ¿Qué son los contenedores quemados por los antiglobalización en comparación con las vidas destruidas por los abusos del poder?
Y ese movimiento, de vocación descentralizada y con forma de red, encontró en la internet un reflejo de su propia configuración. Las posibilidades de comunicación en forma de red descentralizada en la web 2.0 y el aprendizaje del funcionamiento de la llamada darknet, junto a otros fenómenos como el activismo de los hackers (como forma de guerrilla informática), hicieron surgir un modelo más sofisticado de “zapatismo” o de “antiglobalización”, de evolución o de revolución: Wikileaks o su sustrato social Anonymous, representado por una máscara. La del conspirador inglés Guido Fawkes que llevaba el protagonista del cómic “V de Vendetta”.
Podríamos decir: ¿qué es Julian Assange en comparación con todas las denuncias contenidas en Wikileaks?
Lo que tienen en común las Pussy Riot, Anonymous, Carlo Giuliani y el Subcomandante Marcos es que son mitos de nuestro tiempo tras una máscara liberadora.